Pertenezco al aprendizaje de unas palmas de flamenco. Hablo de lo que atravesé en una estación, en un parque, en una sombra de otra ciudad. A la humedad de la sal ante las espinas casi curadas que en las agujas del reloj plano crearon su defensa de calcetines calados, de faldas de tablas, de tardes de domingo, de tu educación sentimental. A la invención de historias de aventuras que merodean la arena oscura de la que ya no queda casi. A la ronda serena de la noche corta. Al adjetivo lavanda que persigo en tu nombre. A Miguel y a un labrador. Aún después de todo sigo perteneciendo a tu bolso marrón.